sábado, septiembre 12

Entre tanto pensarte me estoy volviendo ciega. Agarro un cigarrillo y lo prendo por vos, sin decir una palabra más, después pienso en loa años que perdí mirándote por el espejo y me siento un idiota. Con cara larga y mejillas rosas, los brazos detrás y una sonrisa de payaso. Así es como recuerdo haberte conocido. Eras el marco de mi foto, el estuche de los juguetes que me regalabas. Eras como el cielo, como la estación y las calles con cigarrillos apagados después de muchas charlas donde casi siempre te dejaba con un abrazo tibio.

Nunca entendí porque te fuiste, pero supongo que no te gustaban las estaciones, ni el tren ni los helados de frutilla (rosa, como las mejillas). Una vez me dijiste que ibas a volver y aún te estoy esperando. No quiero volver a dejarte ir.

Hoy paso por ese lugar y siento que aún estas con la cabeza gacha y pidiendo que termine con esto de una vez por todas. Querés que te mate, pero no querés caer al vacío, entonces te dejo agachado y te pego una suave patada en el estomago, un estomago lleno de vicios. Esos vicios…

Me gustaban tus venas y el calor de tus manos.

Entre otras cosas, siempre me gustó que no seas fiel.