Dice: No puedes mirarme a los ojos, ¿eh?
Dice (y son palabras literales): Ni siquiera eres capaz de mirarme a los ojos cuando te hablo.
Muy bien, de acuerdo, la miro a los ojos.
Dice: Así. Perfecto. Puede que así podamos llegar a alguna parte. Así está mucho mejor. Si la miras a los ojos, puedes saber mucho de la persona con quien hablas. Lo sabe todo el mundo. Pero ¿sabes otra cosa? Nadie en todo el planeta se atrevería a decírtela. Nadie más que yo. Yo tengo derecho. Me gané ese derecho, querido. Bien, escucha, te crees alguien que no eres. Esa es la pura verdad. Pero ¿qué puedo saber yo? Eso es lo que dirán en los cien próximos años. Dirán: «¿Quién era ella, al fin y al cabo?»