Si saber que se iba a calentar de esa manera a pronunciarle la palabra “tetas”, lo hubiera hecho antes.
La ingenuidad de tener no más de 16 años, pensar que ese es el que te ama y te va a hacer feliz toda tu vida, te agarras fuerte de sus alas y cuando se da cuenta que tropezas su vuelo te deja caer desde lo más alto. Volvés a tu casa después del golpe más grande tu vida, lloras en la almohada porque ahora sabés lo que es perder un amor, y cuando te enteras que lo perdiste tratas de creer que los ángeles te van a dar fuerzas para poder volar con tus propias alas. Usamos los mismos colores que teníamos antes de conocer a ese que te hizo feliz y te mato con la ceniza del ultimo cigarrillo que se fumaron juntos. Escuchas la música que viene de tu tarareo y bailas en la calle durante el camino a casa, lloras un poco también. Volvés a hacer malabares para no caerte de la verada, tratás de olvidar el whiskyque te acabas de tomar y decirle a ese que te mira parado enfrente tuyo que estás bien, que estás mal. Que no sabés como estás. Solo podés dividizar las luces de los alumbrados de las calles asfaltadas, pero se te olvido que tu casa no tiene calle asfaltada. Te vas a donde más cerca te queda y te ves a vos, pero no sos vos.
Nunca fuiste vos.
Es el lugar que ocupabas.
Que ahora otro lo ocupa.
El lugar que no volverás a ocupar.
Me tomo otra botella de whisky.
(¿seguimos siendo ingenuos?)